Jóvenes e identidades en defensa de la nación

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Por: Ana Isabel Peñate Leiva

Hoy el tema de las identidades se torna recurrente. Asistimos a un enfrentamiento frontal entre los paradigmas de equidad y justicia social y las actuales intenciones de globalizar un mundo dominado por el capital transnacional. Ante este dilema, las identidades emergen como un arma poderosa en defensa de las raíces históricas y culturales de las diferentes comunidades humanas.

 La formación de las identidades es un proceso de construcción continuo, no acabado, altamente complejo, que se enriquece y se transforma a partir de la inserción de las personas en grupos y espacios, formales o no. De ahí que los límites no son siempre estables y objetivos, justamente porque son construidos socialmente, tienen una importante carga subjetiva, emergen de la confrontación cotidiana con el medio y con uno mismo. El establecimiento de estos márgenes es favorecido por las igualdades y diferencias que se revelan y redescubren en la construcción identitaria y que al igual que los límites, son relativas y cambiantes. Las interrogantes ¿de dónde somos?, ¿quiénes somos? y ¿hacia dónde vamos? subsisten de forma permanente en el ser humano. La respuesta, reclamada de forma constante, es posible encontrarla en historias, recuerdos, imágenes, vivencias, prácticas culturales, relaciones interpersonales, que cambian y evolucionan. Todo esto apunta a que el desarrollo de la personalidad, necesariamente se haya condicionado por la construcción de la identidad, principalmente porque esta constituye una necesidad básica del género humano.

 La identificación de las personas con su generación y más específicamente con sus edades y peculiaridades del desarrollo, es uno de los cimientos para la construcción de identidades cuya influencia en la cultura y la nacionalidad es fundamental. Resulta vital el estudio de las características identitarias de los jóvenes como grupo etario, pues pueden constituirse como agentes de cambio de una realidad condicionada por la historia y las herencias del pasado, modificando e imponiendo nuevas formas de identificación que pudieran ser en beneficio de los valores y principios que ha defendido y defiende la sociedad en que se vive, o en detrimento de los mismos. La historia ha demostrado que la generación joven es portadora del cambio y el progreso de las sociedades; en sí misma contiene la mezcla de lo tradicional y lo innovador y abre las puertas hacia las transformaciones graduales de valores sociales, éticos, morales, de costumbres y creencias, culturas, posicionamientos de género y revoluciones políticas.

Para comprender la identidad juvenil es necesario un análisis sobre aquellas características de los jóvenes que matizan la conformación de su sentido de pertenencia como generación. El arribo a la juventud entraña una sucesión constante de cambios que adquieren significaciones importantes para los implicados, los cuales comienzan a debatirse en asuntos relacionados con su vida pasada, presente y futura, que tal vez, nunca antes habían cuestionado. Las relaciones sociales se tornan más amplias y diversas, por lo que influyen casi de manera determinante en comportamientos y actitudes. Desde el punto de vista intelectual, su pensamiento es más abstracto, lógico y teórico, lo que les posibilita la adquisición de una autovaloración, autodeterminación e incluso, autoeducación más consciente, todo lo cual redunda en la construcción de su identidad.

 En Cuba, el proceso de construcción de la identidad juvenil atraviesa hoy por problemas asociados a nuevas y profundas estratificaciones y diferenciaciones sociales, a conflictos de valores, a la conjugación de nuevas formas de identificarse con determinados grupos, al predominio de la ética del “tener”, por encima del “ser”, al enfrentamiento entre las oportunidades de estudio y trabajo y las tendencias de algunos jóvenes a la inmediatez, para satisfacer sus necesidades materiales, en detrimento de la  preparación y superación intelectual.

La introducción de símbolos, valores morales, códigos culturales, comunicacionales y la apertura al capital extranjero genera, inevitablemente, reflexiones críticas hacia lo externo y hacia nuestra realidad. El joven del que hablamos hoy no es precisamente aquel que se formó en medio de la lucha por la independencia y vivenció el triunfo y las primeras transformaciones de la Revolución; momentos claves, que junto a otros, sintetizan los orígenes de nuestra sociedad actual. Es justamente aquel que nació con el surgimiento y/o profundización de estos problemas y para los que el conocimiento relativo a la formación de nuestra nacionalidad son solo las memorias de las memorias de sus abuelos. Esos recuerdos constantemente se entremezclan con las experiencias actuales de una sociedad en proceso de construcción, que defendiendo sus principios, se enfrenta a una “invasión” de imágenes, representaciones y significados transmitidos por un mundo globalizado, consumista y neoliberal.

Entre la juventud cubana coexisten diversos modelos de identidad, con los cuales se conforman sentidos de pertenencias que se expresan en los discursos y comportamientos juveniles. El proceso de consolidación de la cultura y la nación, experimentado por todo nuestro pueblo, conduce inevitablemente, sobre todo a los más jóvenes, a enjuiciar desde la posición que les ha tocado vivir, las clásicas interrogantes: ¿quién soy?, ¿qué soy? y ¿a dónde voy?

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